Mis dedos sujetaban con firmeza la púa que tenía en mi mano derecha mientras la izquierda sujetaba el mástil de la guitarra eléctrica. Sé que no me permiten ensayar en casa pero no podía evitarlo. Lo necesitaba. Era mi forma de desconexión y sobre todo ante la mala noticia que había recibido. 

Hace un año a mi padre le diagnosticaron cáncer y hoy la muerte se lo había llevado. No podía contener mis lágrimas mientras mis dedos seguían tocando las cuerdas. Subí el volumen del amplificador y estuve tocando durante horas. Tocaba por y para él. Me había enseñado que nunca dejara de perseguir mis sueños y eso iba a hacer, cumplir la promesa que le había hecho. No quería llorar solo quería que el dolor se fuera con el sonido que la guitarra emitía pero era imposible. El único familiar que me quedaba se había ido y con él la esperanza de ingresar en el conservatorio superior de música. Nunca tuvimos demasiado dinero pero sabía que mi padre se las ingeniaría para pagarme los estudios. 

No sabía que iba a ser de mí porque no tenía ningún familiar el único que me quedaba era mi padre. Me había quedado solo. Posé la guitarra eléctrica con cuidado encima de la cama y me dirigí a la cocina. De repente el sonido del timbre me alarmó, no sabía quién podía ser pero tampoco quería averiguarlo. Me senté en una silla y abrí una caja de galletas. Los timbrazos no cesaban y tuve que ir a abrir la puerta. Una mujer delgada estaba ante mí. La miré.

- Hola Pablo - saludó - Sé que no me conoces pero soy la abogada de tu familia. Esto es para ti. - dijo tendiéndome una carta - Es tu herencia, si... - continuó hablando pero yo no podía hacer otra cosa que abrir el sobre que mis dedos sujetaban. ¿Se habría acordado mi padre de matricularme en el conservatorio? No tardé demasiado tiempo en averiguarlo.